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La semana pasada llegué a mi pico de frustración, resistencia y mala hostia en el proceso de la reforma. Hay una parte de mí que se avergüenza de hablar de esto porque sabe que en el mundo hay males mucho mayores y, que si no te has metido en obras, escuchar a alguien que está en el drama porque no tiene su casa acabada puede parecer cuanto menos superficial.
De hecho, hace años mi amigo Roberto pasó por lo mismo y servidora no alcanzaba a entender el porqué de su angustia. Además, era una newbie del desarrollo personal y lo juzgaba en silencio y sin querer, como juzgamos cuando acabamos nuestros primeros cursos y creemos que por haber hecho cuatro ejercicios de autoconocimiento y haber escuchado la teoría de la aceptación ya la tenemos integrada. Que hemos ascendido un peldaño en nuestro camino a la iluminación mientras que los demás aún están dormidos y sufren porque quieren. Luego empiezas a vivir y te pegas la hostia. Más adelante y con suerte, practicas la humildad, te das cuenta de que eres ignorante, que tienes más taras que razón, que no conoces la verdad, aunque la defiendas a capa y espada, y te libras de la carga que supone la meta de alcanzar el Nirvana.
Ahora no hay día que no me acuerde de él, empatice con la pesadilla que vivió y me arrepienta de no haberle sabido acompañar mejor. Del arrepentimiento hablaré en otro momento, ya que me he comprado un libro de Daniel H. Pink que profundiza en este sentimiento y plantea que es positivo para mejorar nuestras vidas. Qué ganas de leer, estudiar, tamizar y compartir, joder.
Siempre que alcanzo niveles altos de dolor sé que el motivo es mi rebeldía contra la realidad, así como que el final de la tortura está cerca porque suelo claudicar y soltar antes de que el sufrimiento me parta por la mitad. Intento que cada vez sea más rápido, aunque depende de la importancia del asunto y mi deseo de lograrlo. Cuantas más ganas de alcanzarlo, más dificultad para aceptar que no salga como quiero.
Es cierto que el dolor me incomoda, sin embargo, también me alivia saber que cuanto más me duele, más cerca estoy de que mis mecanismos de supervivencia reaccionen para resolver y, aunque leído así suena a masoquismo, es como suelo funcionar. A veces lo hago sola, por decisión propia, y a veces llega alguien o algo que me ayuda a salir del hoyo. La semana pasada fue Techu.
Estaba hincándole el diente a una pizza, fustigándome porque estaba fallando en el reto de decir «No» que he propuesto en Grupete de V.I.D.A. y dando por hecho que nunca más podré ponerme mis pantalones cortos vaqueros cuando recibí su llamada para ponernos al día después de tiempo sin hablar. Desde hace años vivimos en paralelo procesos muy diferentes, pero iguales en el fondo. Supongo que como todos los seres humanos.
En su línea habitual, habló desde el amor y el humor, y después de contarle mi estado de los últimos días —incluyendo las palabrotas y los insultos mentales a una gran número de seres vivos— se puso tiernamente firme.
— Anita, está bien. Esta semana ha pasado lo que tenía que pasar y ya has llegado al polo opuesto del amor. Es estupendo; así conoces la humanidad al completo, pero se acabó. Hoy toca pizza y cerveza, permítetelo, pero mañana toca salir del odio para volver a lo que eres. Ya no procede seguir en la energía densa del mundo albañil. Te has impregnado de ella y era lo que tocaba, pero ya. Toma las decisiones que tengas que tomar y, mañana, fuera. Busca un espacio de paz para poder volver a tu centro antes de que acaben la casa. Es importante que puedas hacer la transición de una forma amable para ti.
— ¿Y el gimnasio?
— ¿El gimnasio qué?
— Que no estoy yendo, duermo mal, como mal y estoy hinchada.
— Ahora no es momento de pensar en si vas o no al gimnasio y en si los pantalones te aprietan. Ahora es momento de descansar lo máximo posible, enterrar la autoexigencia y recuperar toda la energía para cerrar este proceso nada fácil que te has comido. Déjate de chorradas.
Después de hora y media de risas frivolizando batallitas importantes sentí que algo había cambiado dentro de mí. Me encanta experimentar que una persona que te comprende y te abraza puede lograr el efecto bálsamo que no sabes darte a ti misma. Por eso es tan importante contar con alguna de ellas en tu entorno. Con una o dos es suficiente. Son vitales.
La mañana siguiente me levanté decidida a firmar la paz con la obra, con los trabajadores, con el mundo en general y conmigo misma en particular. Cuando me topé con los del aluminio estaban volviendo a ajustar la puerta que tenía que estar acabada hace dos meses y que ha ralentizado considerablemente el trabajo del resto. Los pintores también estaban allí y hablaban enfadados porque estos habían dejado huellas negras de las botas en el microcemento blanco. La tensión inundaba la estancia y yo, que esperaba mi habitual reacción de estrés, me quedé gratamente sorprendida por la forma de afrontarlo.
— Chicos, vamos a calmarnos todos. No pasa nada. La puerta de aluminio ya casi está, lo están haciendo rápido y se van en breve. Las pisadas las lijamos y, si hace falta, acabamos dos días más tarde. Lo importante es que podáis hacer el trabajo bien. No voy a meter más presión. Estoy en paz. Bajad a pedirnos un bocata, yo invito.
Una vez calmadas las aguas, me puse a hablar con el hijo del jefe de la empresa de aluminio, que había venido a dar la cara porque mis últimos mensajes habían sido flamenquitos. Le conté todo lo que me ha pasado desde que empecé con la obra con la voz quebrada, porque aunque esté en paz no puedo contarlo sin llorar.
— Ya sabía yo que algo te habría pasado cuando mis chicos me decían que no querían venir a montar porque eras una amargada y todo te parecía mal.
— Estoy amargada, pero no soy una amargada. Sois los últimos que habéis pasado por aquí y os estáis comiendo toda mi frustración porque te juro que no puedo más. Lo siento mucho, siento haberos hablado mal, esto es muy raro en mí. Yo te aseguro que soy una tía bastante maja, pero esta situación ha sacado lo peor de mí y no me reconozco. Gracias por vuestra paciencia, de verdad que lo siento. La puerta está ideal. Pásame la factura y cerramos.
Qué bien sienta pedir perdón, coño.
Acto seguido hice lo mejor que he podido hacer por mí en el último año: pedir ayuda a un amigo que me había ofrecido dejarme un hueco en su casa hasta que pueda entrar en la mía, hacer la maleta y dejar el zulo sin mirar atrás. Dejé, incluso, mis sábanas de satén rosas porque al tocarlas para meterlas en la maleta conecté de inmediato con las emociones desagradables ancladas a esta etapa y supe que era hora de decirles adiós.
Durante tres meses he odiado vivir entre esas cuatro paredes con una cama en medio, sillas de polipiel amarillas y extranjeros gritando y bailando con Bustamante a todas horas. He aguantado ahí porque me dio por contarme y creerme que la obra acabaría en días y que no valía la pena volver a moverme, cuando el panorama era completamente diferente, aunque yo no pudiera o quisiera verlo.
Si hubiera asumido la realidad que no me gustaba un poquito antes, me hubiera ahorrado los diez Lexatines y una falta de descanso que me ha desgastado más que la reforma en sí. Estar a disgusto en tu casa es de lo peor que te puede pasar.
Saqué la llave de mi llavero, la metí en el cajetín de seguridad para devolverla y conecté con la sensación de pereza y no pertenencia de todas las mudanzas de mis últimos tres años. Desde que vendí mis cosas y reduje mi V.I.D.A. a una maleta, hasta el día de hoy, he vivido en diecinueve lugares diferentes. Esto lo sé porque acabo de hacer la lista en un folio y la he repasado tres veces dado que no me lo creía. Me parece demasiado, incluso para mi culo inquieto.
Esa noche dormí trece horas del tirón y me desperté con una sensación de renovación impresionante, como si hubiese vuelto a nacer. El día siguiente, dormí otras diez, y así desde entonces. Me he dado cuenta de que mi cuerpo y mi mente estaban exhaustos por no tener un lugar en el que descansar y repararse en paz, y que eso sostenido en el tiempo es tan o más devastador que una estafa y una obra que no acaba. Me he dado cuenta de que parte del drama solo era, como dice mi querida Techu, cansancio vulgar.
Principio.
Ana.
Cansancio vulgar.
Ya por aquí , gracias por todo lo que das .
Ana!! Te coronaste con el cambio, como mola!! 😍😍