

Discover more from Chapita de V.I.D.A.
Son las cuatro de la mañana, mi hora habitual de despertarme sudando y empezar a repasar mentalmente todos los rincones de la reforma que estoy haciendo en el apartamento por el que me hipotequé para construir mi nido. La obra lleva un retraso de cuatro meses, ha estado en manos de cuatro empresas distintas y ha sido víctima de una estafa en toda regla.
En mitad de la noche mi mente busca encontrar cualquier problema que los albañiles hayan pasado por alto durante el día y que me vaya a complicar la existencia en un futuro. Si es que llego viva a él. Los días de suerte vuelvo a dormirme, los que no, miro de reojo el Lexatin que me recetó el médico y, no sin esfuerzo, lo sustituyo por la lectura, algunas respiraciones o sentarme en el ordenador a escribir.
El blíster no está intacto; he tenido que recurrir a él diez veces durante estos meses y reconozco que la sensación de calma casi inmediata es susceptible de adicción. De ahí la importancia de incluir la terapia psicológica y el acompañamiento de profesionales de la salud mental en nuestro sistema de salud público en lugar de que el médico de familia nos recete ansiolíticos a la primera de cambio. Las estadísticas del consumo de estos medicamentos en España son escalofriantes y, en ningún caso, la solución a nuestros problemas como individuos ni como sociedad.
Llevo demasiado tiempo sin dormir mis preciadas ocho horas, y cada vez que suena el despertador a las siete entro en estado de pánico por todos los fuegos que aún no existen pero que, en base a la experiencia, aparecerán a lo largo de las horas y tendré que apagar. Esto está acabando conmigo. No recuerdo en mi historia reto mayor, y mira que las he pasado putas. Ni la depresión tras mi quiebra, el cambio de identidad profesional, la muerte de mi padre y mi abuela o la historia con el psicópata narcisista han llegado al nivel de dificultad de gestión emocional que me está suponiendo esta obra. Supongo que es porque se dilata sobremanera en el tiempo y, aunque suene a tópico, parece que la agonía no va a terminar jamás.
Ayer cogí del brazo a un chico y le apreté fuerte mientras me caían las lágrimas y hacía un esfuerzo importante por no liarme a hostias con él. A este punto he llegado, señoras. Soy una macarra. Yo, que siempre me he considerado diplomática, confiada, pacífica y bastante amorosa, estoy experimentando el polo opuesto de una manera salvaje. He sentido verdadero odio, ira y desprecio por algunos seres humanos e incluso he tenido el deseo incontrolable de llegar a ejercer la violencia contra ellos.
Nunca me he cortado al decir tacos porque me parecen una bonita forma de igualdad y liberación, pero últimamente, de tres frases que digo, dos de ellas contienen contenido no recomendable para menores de edad. A veces fantaseo con contratar a unos sicarios para ejercer la justicia a mi manera, otras me imagino a mí misma ejecutando el trabajo y, así, cada día me tomo un chupito de cianuro y me enveneno con mis propias emociones.
Desde luego, me gustaría saber gestionarlo de otra forma, pero la realidad es que lo intento y no me sale. Y es en ese punto en el que más compasión necesito hacia mí misma y cuando más delicada tengo que ser con el enfoque y la forma de tratarme porque, de no ser así, la culpa y la autoexigencia me devorarían.
Esto me sobrepasa y yo, lejos de utilizarlo para demostrar que me sé al dedillo los preceptos del desarrollo personal, me limito a sobrevivir día a día y a gestionarme como puedo. A veces con una napolitana de chocolate, a veces con coaching, a veces con cerveza, a veces haciéndome la muerta en el mar, a veces con sexo, a veces con PNL, a veces paseando al perro que paseo, a veces meditando y a veces cantando mantras. Mi rango de herramientas es amplísimo porque estoy desesperada.
Es desagradable y es lo que hay. Intento mejorar, pero también me permito no poder o saber cómo hacerlo. No obstante, algunos días consigo salirme de la situación en alguna solitaria playa y mirarla con distancia y perspectiva para entenderla y entenderme mejor.
En estos momentos he llegado a empatizar con la gente que odia en redes y en el mundo en general y sentir verdadera compasión hacia ellas. Antes me resultaba imposible ponerme en sus zapatos porque raramente experimentaba esta emoción, sin embargo, ahora, al saber lo que provoca en mí y lo jodida que es de transitar, solo les deseo que puedan resolver lo que sea que necesiten resolver para poder liberarse de ese calvario que, a fin de cuentas, solo sienten ellas.
Lo mismo pasa con la gente que se alegra por la alegría de los demás. En mi comunidad hay muchas personas que tienen esta capacidad y cuando me cuentan que están emocionadas por mis logros, siempre respondo de la misma forma.
La alegría que sientes por mí,
la sientes para ti.
Con el odio pasa lo mismo.
También he podido entender —aunque no lo comparta— a las personas que, incapaces de canalizar su ira, explotan y ejercen la violencia. No quisiera estar en su piel. Sentir frustración y rabia hasta el punto de agredir físicamente a otro ser humano es demoledor. Lo afirmo porque en mi adolescencia mi hermana y yo nos peleábamos hasta llegar a las manos, hacernos daño la una a la otra y a nosotras mismas al experimentarnos así. La violencia, ya sea física o psicológica, se ejerce y se recibe al mismo tiempo. Cuando dañas, te dañas.
Con el amor pasa lo mismo y, aunque dicen que para amar a otros tienes que amarte a ti primero, tengo la fuerte convicción de que al amar a los demás también acabas amándote a ti misma. Que cuando amas, te amas.
Está amaneciendo.
Delante de mí se extiende el cielo naranja. Una nube alargada y morada le da el contraste perfecto. En mi balcón dos palmeras muy altas se mecen con el viento mientras los pajarillos empiezan a revolotear. Mi zulo da gusto por las mañanas, envuelto en silencio sepulcral mientras los guiris reponen fuerzas para sus campeonatos de salsa, ping pong, volley, carreras a cuatro patas, natación, juego de las sillas y karaoke. En este complejo vacacional, con diferencia de algunas horas, puedes respirar la paz más absoluta y el jaleo más perturbador.
Como en mi reforma.
Como en la V.I.D.A.
Y por esto escribo.
Porque después de poner en palabras lo que me está pasando, ahora mismo percibo un ápice de oportunidad y agradecimiento dentro de mí. Un mini ápice, para ser exacta. Oportunidad de profundizar y conocer a través del empirismo las emociones humanas más incómodas y agradecimiento porque, de una forma u otra, podré entender y acompañar con más empatía a aquellas personas que las estén experimentando.
Como siempre, estoy decidida a convertir la mierda en posibilidad.
No sé cómo ni cuándo, pero encontraré la manera.
Principio.
Cuando dañas, te dañas.
Gracias Ana, este formato es muy chulo y como más íntimo. Esto que nos pasa a todas te ayuda a dar más de ti, a soltar y a integrar cada realidad. Yo he ejercido el control hsta no sé dónde y he sufrido hasta infinito. Ahora puedo decir que al menos he experimentado ambas cosas. Y cada día será lo que tenga que ser. Me encantan tus textos porque me recuerdas a mi en muchas cosas. Gracias por aportar al mundo una visión que compartimos ya muchas.
Que maravilla Ana, gracias por esto. Poder leer y releer las Chapitas😍❤️🙌🏻