

Discover more from Chapita de V.I.D.A.
Desde muy pequeña he querido entenderme y entender la V.I.D.A., así como las formas de vivir. Me interesa conocer la parte intangible que nos hace ser quienes somos, actuar y decidir de la manera en que lo hacemos. Más que por curiosidad es por pragmatismo. Conocerme me permite cambiar la única parte de la realidad sobre la que puedo influir: mi identidad y todo lo que se deriva de ella. También he de decir que esto le da sentido a mi vida cuando el resto de mis pasiones pierden fuerza.
Para aprender recurro a libros, psicólogos, filósofos y personas sabias a las que me gusta llamar Maestros. He tenido la suerte de encontrar muchos de ellos en el camino, aunque de último me he percatado de que había pasado por alto la mayor fuente de aprendizaje sobre la vida. Hablo de la naturaleza.
Mi primer encuentro con ella fue a mis treinta y dos años, gracias a vivir la pandemia en un Bali vacío de turistas, silencioso y auténtico. Antes de llegar a esta isla consideraba que pasear con tacones entre los árboles perfectamente podados del parque del Retiro de Madrid era estar en contacto con la naturaleza. El cemento siempre ha sido mi hábitat (anti)natural y me enseñó mucho sobre la humanidad.
Lo que más me sorprende de la naturaleza es su simpleza y facilidad para contarnos verdades profundas. Tan solo necesitamos silencio para escuchar lo que no dice con palabras, ganas de prestarle atención y humildad para saber que, aunque somos nosotros los que hemos dejado huella en la luna, en ningún caso somos superiores a ella.
Como cada mañana, me encontraba paseando al perro que paseo por la playa mientras amanecía. El cielo estaba rosado y despejado, no corría un pelo de viento y, a causa de las fuertes lluvias que tuvimos hace semanas, el marrón habitual de la isla estaba mezclado con un verde vibrante que me recuerda, salvando las distancias, a la preciosa Cantabria.
Me impresiona muchísimo que esta tierra solo necesite dos gotas de lluvia para brotar a lo salvaje. Incluso las carreteras se llenan de valientes margaritas en los laterales. Me recuerdan a la gente que tenemos ganas de crecer y que, en medio de la sequía, somos capaces de florecer con dos buenos consejos que nos den.
A la vuelta del paseo, el perro eligió un pequeño camino de tierra en vez de la orilla del mar. Él elige porque es su paseo y yo estoy para acompañarle. Como estaba medio dormida, puse especial atención en mi pisada para evitar meter el pie en alguna mierda de can. Acabé de abrir los ojos cuando percibí que ambos laterales del camino estaban llenos de plantas muy verdes y turgentes, de tamaños y especies diferentes, y algunas de ellas tenían florecitas blancas. Miraras donde miraras el terreno estaba cubierto de este vivo manto que se fundía con la blanca arena de la playa, dando como resultado un precioso paisaje de contrastes, muy típico en esta isla volcánica. El único tramo seco y pelado era el camino que pisábamos.
Al levantar la cabeza y mirar más allá de mi ombligo, me quedé atónita con la información que la macro perspectiva me dio y que había pasado por alto durante días.
La playa estaba verde. Había una superficie enorme de vegetación delante de mis ojos. La vida se extendía desbocada por todas partes, menos por el camino pisado. En él sólo asomaban algunas solitarias ramitas, espartanas dignas de reconocimiento, tristemente aplastadas y cuyo matiz era amarillento. Nada que ver con las de alrededor. Quizá era fruto de mi imaginación, pero se podría diferenciar entre la alegría de vivir de unas y la agonía por sobrevivir de las otras. A mi mente metafórica le resultó imposible no establecer el paralelismo.
Es difícil crecer donde te pisan.
Y no digo vivir, sino crecer.
Porque son verbos muy distintos.
Vivir significa estar viva, y para lograrlo basta con tener agua, aire y alimento.
Crecer es, en su definición más simple, aumentar. Puede ser la cantidad, el tamaño, la intensidad o la importancia. Si lo aplicamos a nuestro desarrollo personal, sería aumentar nuestras capacidades, talentos, potencial y conciencia. No solo para no conformarnos con lo que nos ha tocado, sino para poder experimentar nuestra capacidad de ser y asombrarnos con nuestra grandeza. Para vivir de la mejor manera posible antes de morir.
Aunque hoy en día parezca una obligación, crecer es opcional y estoy segura de que hay gente feliz que no apuesta por ello. En lo que a mí respecta, no concibo otra forma de estar en el mundo, pero como la naturaleza me contó, es fundamental elegir un lugar amable que te permita hacerlo.
Aunque esto lo vemos claro cuando hablamos de la naturaleza, parece que en el género humano es común que nos quedemos allá donde nos pisan mientras nos dejamos la piel, la energía y el dinero intentando crecer. Esto, además de inútil, me parece peligroso.
En primer lugar, porque es fácil pensar que el motivo está en ti, mermar tu autoestima, deformar tu autoconcepto, frustrarte porque lo intentas con todas tus fuerzas y no hay resultados o, en el peor de los casos, llevarte a creer que no puedes y acabar desistiendo.
Por si las moscas estás en esas, quiero decirte que no es que te falte inteligencia, actitud o capacidades. Tampoco es que el karma está contra ti. Es que te están putopisando y, o no te has dado cuenta, o lo sabes y no te crees capaz de quitarte de debajo del zapato. No pases por alto la abismal diferencia entre no ser capaz y no creerse capaz. Lo primero es poco probable, y lo segundo, mentira.
Por otro lado está el peligro de la comparación. Compararte con lo verdes y floridas que están las de al lado, sin ser consciente de que ellas se encuentran en zona de amabilidad, mientras tú luchas por coger una bocanada de aire entre pisotón y pisotón, es injusto para ti. No tenéis igualdad de condiciones. En lo que a crecer respecta, estás en clara desventaja.
«Pero lo que no te mata, te hace más fuerte» me comentó una amiga, defendiendo su decisión de quedarse en un camino en el que sabe que está siendo pisada.
¿Y si te mata?
¿Para qué arriesgarse?
Si quieres fortaleza, hay muchas formas de ganarla.
Puedes crecer de forma amable y natural. Póntelo fácil.
Puedes ser valiente para reconocer que estás siendo pisada, pedir ayuda si la necesitas y moverte a un lado. Quizá con medio metro sea suficiente. Quizá cincuenta centímetros te den la vida.
Puedes levantar la cabeza, ganar perspectiva y darte cuenta de que en tu planeta hay 150.000.000 km² de tierra para florecer. Las fronteras no son más que líneas invisibles que puedes traspasar para echar raíces donde quieras.
Como siempre, una vez lo ves, quedarte ahí es elección tuya.
Decidas o no decidas,
tú decides.
Principio.
Ana
Crecer donde te pisan.
Hola Ana, soy María, la "gueparda" de la firma de junio de Sevilla, ahora soy más un gato despeluchado.
Desde entonces he soltado, saltado y confiado. Ya estoy viviendo sola en una ciudad en la que me siento extrañísima, desubicada y llorando por la calle cuando me pierdo o me desoriento, pasando mucho miedo y sintiendo una soledad que duele profundamente aunque en Madrid haya vivido sola la mayor parte del tiempo y nunca había sido tan feliz, pero lo estoy haciendo a pesar de todo y siento que es lo que necesitaba. Me vine aquí por amor y aunque fuera y es un chico excelente, con el que mantengo una excelente relación, simplemente el amor se ha transformado, y es mi mayor apoyo. Pero qué dolor más grande, qué soledad, qué miedo a todo.
Estoy reconociendo por primera vez que no quiero vivir en pareja, que no quiero ser madre (lo he sentido desde siempre), pero he tenido pareja muchas veces, persiguiendo lo que todo el mundo hacía, lo que toca, incluso planteándome ser madre por miedo a perder al chico de turno.
Por una parte me siento liberada, pero, madre mía, qué difícil es nadar contra corriente, qué difícil encontrar referentes, qué poca visibilidad a las mujeres que no quieren seguir las "normas establecidas". Es un trabajazo pero, con miedo, confiando en la magia de la vida y muriéndome en la tristeza ;) lo estoy haciendo. Muchas gracias, Ana por compartirte porque es necesario saber que existe algo más que hacer lo que se espera de nosotras, para mí ha sido vital.
He cambiado de trabajo (no recuerdo las veces que he cambiado ya), con el vértigo y miedo que eso supone coincidiendo con la ruptura después de 5 años, pero ahora estoy contenta con lo que hago y voy feliz a trabajar.
Siento que muchos de mis seres "cercanos" no paran de quejarse de que no llegan a nada, de sus agobios con el trabajo y de sus ganas de vacaciones y no dejo de recibir "lo siento es que ni un minuto para llamarte". Hasta ahora siempre he pensado que no puedo esperar que mi entorno sea como yo en ese sentido y de vez en cuando se acuerden y me manden un mensajito de ánimo, un "¿necesitas hablar?" pero ahora pienso, después de leer tu texto igual sí me gustaría y sí merezco tener un entorno más favorable, en el que sienta que importo, que no me ahogo, que alguien me recoge del suelo ahora mismo, no sé.
Gracias otra vez por hacer que me cuestione, ayudarme a quererme con la necesidad de cambio constante y empujarme a crecer.
Que bonito leerte. Inspiras mucho. Me he visto siendo esa plantita en ocasiones, y el remedio precisamente es ir primero bien profundo, a la raíz, y desde allí cambiar de dirección, dirigir el tallo desde lo profundo. Jo, Ana! Feliz domingo 🌿🌿