

Discover more from Chapita de V.I.D.A.
El fin de semana pasado participé como ponente en un evento en Madrid. Hice la ida y vuelta el mismo día para sorpresa de algunas personas.
«¿Ya vuelves? Ni que tuvieras alergia a Madrid.»
En las dos horas y media de ida estuve encantada practicando la visualización que iba a guiar. En las dos horas y media de vuelta tuve un mini ataque de ansiedad. Mi cuerpo, que se ha acostumbrado a que lo escuche con rapidez y a que tome decisiones a mi favor, no pierde la oportunidad de marcarme el camino. Doce horas fuera del nido, rodeada de cemento, estímulos, ruido, gente y movimiento, son suficientes para que mi sistema nervioso simpático se desajuste y me de el toquecito necesario para que vuelva a mis tres valores principales: orden, nido y descanso.
La presión en el pecho desapareció tal y como pisé el aeropuerto de Lanzarote y fue sustituida por una sensación de calidez, alegría y gratitud que se repite cada vez que piso su tierra volcánica. Para una persona como yo, que ha pasado treinta y cuatro años de su V.I.D.A. sintiendo que no tenía lugar en el mundo, experimentar esto es potente.
El día siguiente estuve leyendo desnuda bajo una sombrilla en una playa de arena negra en la que apenas había un pescador y una pareja paseando. A mis espaldas las preciosas salinas de Janubio. Delante de mí, el Atlántico rompiendo con fuerza y brillando bajo la dorada luz del sol. Estuve allí tres horas, aunque mi sensación al volver a casa fue de tres semanas. Siempre me pasa. La desconexión —o conexión— aquí está amplificada. Creo que es el efecto de los cuatro elementos. Aquí hay viento, fuego, tierra y agua a lo salvaje.
Aquí aprendes a callarte porque tus palabras estorban.
Aquí experimentas que la belleza puede curarte.
Aquí entiendes que tu existencia es prescindible.
Aquí es fácil dejar de hacer.
Empezar a ser.
Y querer estar.
De vuelta a casa, en medio de la solitaria carretera y rodeada de lava, sonreía pensando en el mensaje que había recibido.
No es que Madrid me de alergia, es que me voy a morir
y quiero pasar el máximo tiempo posible en este lugar.
¿Cuándo? Ni idea.
Por eso mismo me parece tan importante.
Esa misma noche, leyendo por cuarta o quinta vez la maravillosa «Biografía del silencio» de Pablo D’Ors, un fragmento determinado movió algo dentro de mí. Lo sentí como una certeza. No más de una hora después, entré a leer las cartas de Jesús Terrés y, al abrir una al azar, me encontré con el mismo párrafo. Él también lo había subrayado. Le escribí un mensaje privado: «Jesús, me ha pasado algo muy curioso. Estoy volviendo a leer Biografía del silencio y un trozo se me ha quedado grabado. He entrado a suscribirme a tu Substack — no entiendo por qué aún no lo estaba—, he abierto el primer post que he visto y mencionas este mismo párrafo. Claramente es el camino que estoy buscando y la respuesta a mis grandes preguntas. Gracias por hacer de canal.»
El fragmento dice así.
«Para alcanzar los vislumbres de lo real, no merece la pena esforzarse; más que ayudar a encontrar lo que se busca, el esfuerzo tiende a dificultarlo. No conviene resistirse, sino entregarse. No empeñarse, sino vivir en el abandono. Tanto el arte como la meditación nacen siempre de la entrega; nunca del esfuerzo. Y lo mismo sucede con el amor. El esfuerzo pone en funcionamiento la voluntad y la razón; la entrega, en cambio, la libertad y la intuición. Los chinos tienen claro el concepto: wu wei, hacer no haciendo.»
Y así, un día cualquiera vuelves a encontrarte con una idea que has leído y escuchado mil veces anteriormente y a la que nunca le habías prestado atención suficiente. Pero esta vez se siente diferente. Te pone el vello de punta y, por si no te ha quedado claro, una «casualidad» te la refuerza.
Es entonces cuando tienes dos opciones: entender que ahí tienes la respuesta a tu pregunta y hacerle caso, o ignorarla y seguir buscando mientras te lamentas porque pides señales y no te llegan.
Como siempre, tú decides.
Principio.
Ana.
Es que me voy a morir
Conocí Lanzarote en agosto de 2021, sentí que estaba en casa y que haría todo lo posible por volver. No sé si en algún momento nuestros antepasados de la terreta decidieron ir para la isla, pero tuve la sensación de que ese era mi hogar. Al poco me mudé a Moscú por trabajo (busque las 7 diferencias) y en cuanto pude (marzo del 22)volví a España de vacaciones y a Lanzarote de nuevo. Sigo soñando con volver, y leerte y ver cómo la describes en tus líneas es volver a sentir el viento en la cara. En la fría y gris Moscú se agradecen tus textos, me transportan y reconfortan. Me hacen visualizar el momento en el que la veré de nuevo. Gracias Ana por tu manera de escribir me tiene enganchada, como la isla.
Maravilla para reflexionar 😘