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Vuelvo a estar en un avión con destino a Lanzarote, pero esta vez para quedarme. Es extraño. Hace un mes estaba en la misma situación y todo era distinto. Volaba para visitar la isla durante cuatro días, aunque mi foco estaba puesto en volver a Bali cuando abrieran fronteras. No existía nada más que los arrozales y no quería dejar espacio para que existiera nada más. Esto se llama controlar.
No olvidaré mi llegada al hogar de Timanfaya. Durante las dos horas de vuelo estuve centrada en el ordenador, sin pensar en el destino que me esperaba. Era un mero trámite para hacer tiempo hasta llegar a Indonesia y no puse mayor atención. No miré por la ventanilla al aterrizar, no saludé a los conejeros y no levanté la vista del móvil hasta que el taxista me preguntó no recuerdo qué. Al levantar la cabeza de la pantalla vino la sacudida. El mar a mi derecha, el sol cayendo, la luz dorada, la sensación serena. Sentí un impacto de energía. No sé cómo describirlo mejor, fue como una onda envolvente.
El trozo de tierra volcánica me dijo «bienvenida».
Sin tiempo para pensar, me duché y salí a cenar. Pasta con kilos de parmesano y pimienta, vino blanco, tiramisú y sexo. Amo el sexo aunque a veces se me olvide. Podría decirse que fue «llegar y besar el santo».
A mediodía, una pareja de amigos me invitó a dar una vuelta en velero. Era mi primera salida en barco e intenté llevarlo con clase y dignidad. «¿Qué tipo de embarcación es?» me escuché preguntar sin advertir las velas y los palitos para sujetarlas. Hasta ese día mi navegación se reducía a los patinetes de la playa de La Malvarrosa. Ahora quiero un velero y el carnet de conducir veleros.
El día siguiente, Vanesa Marrero, mi mentora de tranquilidad económica desde que este verano decidí crecer y sanear mi relación con el dinero, me invitó a trabajar en su oficina frente al mar. Cuando digo frente al mar es que te sientas en la mesa, levantas la vista, y el azul invade tu campo de visión al completo. Más azúcar. Y más dulce.
Tres días después, en vez de coger mi vuelo de vuelta a la península, decidí que daba por finalizada la espera de apertura de fronteras. Recordé las veces que he esperado a que un chico se decida a quererme y lo vi claro.
Hasta el coño de esperar.
Sigo con mi V.I.D.A.
Y así, decidí quedarme a escribir mi segundo libro en un lugar que me estaba acogiendo como me merezco. Donde todo se estaba colocando sin esfuerzo, como por arte de magia. Tras cinco días en la isla alquilé la mesa para trabajar frente al mar, un apartamento a tres calles de la playa y compré un coche de segunda mano para moverme con libertad. Dos horas después, recibí un WhatsApp: «Acaban de abrir Bali». Hay que joderse.
Dudé una y mil veces de mi decisión, pero aquí estoy, con dos maletas en vez de una, eligiendo nido, orden y descanso en una preciosa isla cuyos brutales contrastes me recuerdan a mí misma.
Soltando lo que quería.
Saltando a lo que la V.I.D.A. me propone.
Confiando en que aquí hay algo para mí.
Han sido meses de no saber cuándo podría volver a Bali, de ir de casa en casa, esperando noticias cada lunes por la mañana, con la maleta hecha, el vuelo comprado y sin poder hacer planes. Días de ansiedad, de frustración, y días de «si crees que todo pasa por algo es momento de demostrártelo». Al final, lo de siempre.
La magia aparece cuando eres capaz de sostener la incertidumbre.
No es nuevo para mí, y también he visto como otras personas de mi alrededor lo experimentan. Mi hermana acaba de vivir un milagro después de aguantar la angustia del vacío. Ahí está la magia. En lo que no comprendes y no controlas. En tus actos de fe. En la espera que precede a la claridad para resolver. En aquellas propuestas de la V.I.D.A. que tu limitada humanidad no alcanza a ver. En las infinitas posibilidades que no sabes imaginar. Por eso es magia. Por su efecto sorpresa. El problema es que queremos vivirla sabiendo qué va a pasar, cómo, cuándo y dónde.
Si te sabes el truco,
se jode el asunto.
En cuanto me descuido busco control porque, aunque en el fondo sepa que no existe, creer que lo tengo me hace sentirme más segura. Ahora bien, mis mejores momentos se han dado cuando he sido capaz de vivir en el «no lo sé» el tiempo suficiente como para que la V.I.D.A. me propusiera alternativas que no contemplaba y me he atrevido a elegirlas.
Escuchar, rendirte, probar.
Desde el asiento 22F y rodeada de cielo, vuelvo a ratificar que la incertidumbre merece la pena.
Ana.
La magia aparece cuando sostienes la incertidumbre.
Por qué no toleraremos la incertidumbre? Será que hay que cumplir años para empezar a abrazarla 😘
La espera que precede a la realidad para resolver! Ahi esta la magia! 🫰🏼