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En 2023 voy a probar la aventura de ser mentora en un máster de emprendimiento femenino. La directora considera que esta formación de un año de duración tiene que empezar conmigo, impartiendo un módulo de valores y creencias. En él someteré a las chicas a todas las preguntas posibles para que, antes de meterse en un proyecto que les dé la tan codiciada libertad, se aseguren de que está alineado con el estilo de vida que quieren vivir. Es habitual tirarte a la piscina sin filtrar y que tu emprendimiento fulmine tu parte personal. Además de perder tiempo, energía y dinero, puedes acabar en la tragedia de odiar lo que amas.
La semana pasada hicimos una sesión de bienvenida para las alumnas. Las escuchamos una a una, cada historia personal y los motivos por los que han decidido invertir un año de su tiempo y dos mil y pico pavos para aprender a emprender.
Formarte antes de liarte.
Este fue mi pensamiento recurrente durante toda la sesión. He de decir que me sorprendió la heterogenia aparente del grupo, en contraste con la homogeneidad en los valores de fondo. Tanto mentoras como alumnas tenemos historias totalmente diferentes y buscamos lo mismo: que el trabajo nos permita vivir la vida que queremos. Este enfoque puede parecer obvio y simple, pero es relativamente nuevo y revolucionario para mí.
Emprendí de forma orgánica hace seis años. Tenía clientas antes que proyecto gracias al contenido de valor que regalaba por amor al ser humano. Miento. No soportaba lo mal maquillada que iba la gente a las bodas y necesitaba acabar con ello aunque fuera a costa de mi tiempo.
Emprendí ilusionada por la novedad, motivada por el cambio, eufórica por el reconocimiento, impresionada por mi capacidad de facturar en tres meses lo que cobraba en comercio en un año y agradecida por tener la oportunidad de elegir mis horarios y librar los sábados. Acabé trabajándolos todos. También los domingos, sin horario y sin vacaciones. Si vas a ser explotada, mejor que sea por ti misma.
Emprendí sin un puto plan, sin estrategia y sin calendario. He vivido libre a la vez que esclava del desorden por ignorancia. O, como tradicionalmente se dice, «como pollo sin cabeza». Y lo peor de todo: sin formación mínima financiera. Este detalle hizo que me llevara sustos gordos con Hacienda y que acabara quebrando. Hasta el año pasado no he tenido Excel de ingresos y gastos porque me consideraba una persona de letras. Ahora me parece, además de una excusa, el eufemismo de persona irresponsable e inmadura que pretende pelarse la parte que no le gusta de una elección propia, diluyendo así su compromiso con esta.
Intentar eludir la parte financiera de un negocio es un suicidio y no tiene sentido alguno. Si estás emprendiendo sin tener ni idea de impuestos, trimestres o tesorería, te aconsejo que pares y que decidas formarte para tener nociones básicas o que busques trabajo por cuenta ajena. No es que quiera quitarte la ilusión que te levanta de la cama el primer año del proyecto —que no los siguientes—, sino que quiero prevenirte de la hostia que te vas a llevar. Duele.
Emprender para disfrutar el estilo de vida que quieres suena contrario a la extendida idea de emprender para vivir de tu pasión. La primera perspectiva pone el foco en la parte personal y la segunda en la profesional. Yo era una ferviente feligresa de esta última. Creía que trabajar en algo que me encantaba daría sentido a mi existencia, que ponerme al servicio de otros seres humanos se convertiría en mi propósito y que, si era capaz de hacerlo de forma significativa, dejaría mi legado en el mundo. No dudo que para mucha gente pueda ser así, pero no ha sido mi caso.
Con la pasión y el propósito por motor, acabé trabajando todas las horas que estaba despierta. Sin exagerar. Mis amigos se sorprenden cuando hablo con ellos mirándolos a la cara porque hasta hace relativamente poco pasaba mis días respondiendo mensajes privados de personas que no conozco, creando una comunidad maravillosa que llenó un vacío familiar que me ha acompañado desde que tengo uso de razón.
Con la pasión y el propósito por motor, perdí la conexión con la realidad y conmigo misma, mi tiempo de descanso, de ocio y de culturización. Dejé de estudiar y de leer cuando amo estudiar y leer. Perdí el silencio que me permite escucharme y elegir a mi favor. Y quedaría bien decir que perdí el objetivo principal y el foco, pero la verdad es que nunca los tuve. Emprendí antes de pensar.
Emprendí porque quería ser libre para hacer lo que me apasionaba, sin tener definición propia de libertad. Cometí el error de limitar mi pasión a una, sin darme cuenta de que las pasiones cambian y se expanden. Cuanto más amplia eres, más pasiones tienes. Más capacidades. Más aptitudes. Más posibilidades. Más ganas de probarte y disfrutarte en todas. También se desvanecen cuando las conviertes en obligación.
Emprendí porque buscaba definición social. Quería pertenecer a los valientes que luchan por sus sueños con un portátil bajo el brazo y un café de Starbucks en la mano, sin darme cuenta de que era otra etiqueta que pronto caducaría. Reducir tu identidad al plano laboral es la más dura de las condenas. Te arrebata tu verdadera esencia.
Emprendí porque había escuchado que así no tendría que volver a trabajar. Creí que el esfuerzo acabaría para siempre y que daría paso al disfrute eterno, sin darme cuenta de que cualquier acción en la que se intercambie tiempo por dinero es trabajo. En un sistema capitalista, te pongas como te pongas, a menos que tengas independencia financiera, vas a trabajar. Libertad e independencia financiera no son lo mismo. La primera se refiere a los meses o años que puedes afrontar tus gastos para seguir manteniendo tu estilo de vida sin trabajar. La segunda es la que te permite retirarte. Tienes suficiente patrimonio como para costear tu estilo de vida hasta que estires la pata y no dependes de las pensiones que los millennials no vamos a cobrar.
Emprendí porque quería tener el control sobre mi vida, sin darme cuenta de que, al darme de alta en autónomos, también firmaba un fuerte compromiso con la incertidumbre. Las vacaciones se hicieron utopía, lunes y domingo iguales. El miedo a no poder mantenerme directamente proporcional a la ilusión que me provocaba intentarlo.
Con todo esto, puedo decir que lo disfruté y no me arrepiento. Porque no sabía hacerlo de otra forma y no sabía que no sabía. O sí. Quizá la pereza o la impaciencia ganaron la partida. Si volviera atrás, en ningún caso elegiría emprender de la misma manera.
«Sin esas experiencias no me habría llevado los aprendizajes y no sería la persona que hoy soy».
Lo he dicho a menudo. Ahora discrepo. Ahora puedo mirar al pasado con cariño y entender que había caminos más amables. Que podría haber aprendido con menos tropiezos y que no por tener más cicatrices soy más sabía. Quizá más resiliente, pero eso no te convierte en mejor persona. Que mi pasado no me garantiza que hoy sea mi mejor versión y que quizá hay mil caminos diferentes que me llevarían a mil mejores versiones de mí misma. Creo que es sano y realista aceptar que no supiste hacerlo. Daniel. H. Pink lo cuenta en su libro sobre el arrepentimiento. Arrepentirse para crecer. No caer en la autocomplacencia para poder elegir mejor la próxima vez. Como dice Nuria Muerte: «La conciencia no requiere de estupidez».
Si volviera atrás, aprendería primero.
Adquirir el conocimiento de algo que desconoces. La base del crecimiento. La prevención de errores importantes. Del consecuente dolor. Simple. Fundamental. Posible hasta los noventa.
Aprender a emprender.
Aprender a escucharte.
Aprender a pensar.
Aprender a mirar.
Aprender a hablar.
Aprender a amar.
Aprender a ser.
Si volverá atrás, pondría mi vida personal en primer lugar.
Definiría qué estados quiero experimentar, mis valores principales y cómo quiero vivir en el día a día. Identificaría qué me gusta y me conecta en mi parte personal. Qué me hace disfrutar. Dónde quiero vivir y qué entorno me ayudaría a crecer. Qué quiero sentir al levantarme por la mañana hasta que me acueste por la noche y qué comportamientos, rutinas y hábitos me acercarían a ello. Qué tipo de proyecto profesional me permitiría vivir en coherencia con ellos y qué me veo capaz de hacer o de aprender. Cuántas horas quiero trabajar, qué horario voy a respetar y cuánto dinero quiero ganar.
Mi vida primero.
Antes que trabajar, quiero vivir.
A partir de ahí, crearía el modelo de negocio. Supongo que lo ideal sería que pudieras desarrollar al menos una de tus pasiones en él, pero como a veces no es posible porque no las tenemos identificadas o no encontramos la forma de monetizarlas, es importante saber que no es primordial. Puedes emprender aunque el trabajo no sea tu pasión. No puedes disfrutarlo si no te apasiona vivir. Yo ahora amo lo que hago, pero emprendí y disfruté sin que lo que hacía fuera mi gran pasión. De hecho, creo que la pasión tiene más que ver con la capacidad de entusiasmarse con la vida que con la acción en sí. No hace falta que Dios haya aparecido durante la noche para chivarte el gran propósito de tu existencia. Tampoco que tengas la gran llamada al servicio.
Puedes emprender sin trascendencia.
Porque tienes ganas de guisártelo y comértelo. Porque quieres más dinero. Porque no te apetece currar por las tardes. Porque estás harta de tener jefe. Porque quieres darte voz. Porque vas a dar el pecho a demanda hasta que tu hijo tome la comunión. Porque las siestas son innegociables. O porque prefieres trabajar en bragas. Cualquier valor que te importe es importante.
En un mundo en el que el esfuerzo, el trabajo y la productividad dignifican y nos dan identidad, es difícil reconocer que, entre trabajar y disfrutar, preferimos lo segundo y utilizamos lo primero para financiarlo. Personalmente, me ha costado llegar hasta esta perspectiva. Creía que me moriría sin comunicar y ahora sé que solo me moriría sin vivir. También sé que buscaré trabajo por cuenta ajena o cambiaré de proyecto el día que mi emprendimiento no me permita vivir la vida que quiero. Este duelo ya lo he hecho.
Puedes emprender por y para lo que te dé la real gana. No creo que necesites un propósito relacionado con el trabajo, sino ganas y valentía para responsabilizarte de tu existencia y de tu forma de vivir.
Lo que único que me parece imprescindible es que el esfuerzo y el trabajo nos ayuden a saborear la vida y no a perderla. Ya sea por cuenta propia o ajena.
Lo único que me parece imprescindible es que lleguemos a vivir antes de morir.
Principio.
Ana.
Mi vida primero.
Me escribo a mi misma, para no olvidarlo. Y lo comparto, por si a alguien le sirve :)
Para llevar la vida que queremos no es necesario emprender. Es necesario vivir. Para ser libres, no es necesario emprender. Es necesario decidir. No?
Yo trabajo en el entorno corporativo. Llevo la vida que quiero. No tengo jefe. Bueno sí, yo defino a "jefe" como persona que marca los objetivos del departamento. Otro ejemplo, en una muy conocida cadena de supermercados llaman "jefe" a los clientes. Pero es que yo soy muy feliz no decidiendo objetivos, que es un rollazo. Y sí decidiendo desde dónde voy a colaborar a que se alcancen y qué sentir cuando trabajo.
Me alegra saber que has aceptado ser mentora y que ese curso empieza con una sesión de valores y creencias. ¿Trabajar por cuenta ajena no es de libres? ¿ no ser autónomo impide que vivas de tu pasión? Me hago estas preguntas a mí misma de nuevo, y las comparto, por si a alguien le sirven, de nuevo.
Como es adentro es a fuera. Si dentro no eres libre da igual que emprendas, que trabajes de funcionaria o que seas la hija de Amacio Ortega... Elegir una profesión, un trabajo (remunerado o no), es sólo una decisión más entre millones sobre cómo queremos que sea nuestra experiencia vital, y qué queremos sentir. La conciencia es cualquier cosa menos estúpida. Deseo que disfrutes mucho esas mentorías y que las mentees aprovechen tu valiente acompañamiento.
Me escribo estas cosas para darme las gracias por decidir cómo quiero ser libre profesionalmente hoy, y para decir a quien las lea que respeto mucho cómo decidan serlo hoy. Mañana decidimos de nuevo.
Recordatorio: "Reducir tu identidad al plano laboral es la más dura de las condenas. Te arrebata tu verdadera esencia."