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Se suponía que el pasado miércoles me mudaba, por fin, a mi casa. Lo tenía todo coordinado. Las noches previas no pude dormir por la ilusión de ver que lo que parecía la historia interminable, iba a terminar. Faltaban horas para dormir entre mis cuatro paredes color 9010 acabado mate lavable.
La semana anterior me dediqué a suplicar a todas los profesionales que forman parte de este proceso que vinieran el día que les necesitaba y se presentaran puntuales para no romper la cadena de trabajo. A lo largo de mi vida me he arrastrado por algunos hombres, pero nada comparado con esto.
También he apelado cuanto he podido a la empatía de las pocas mujeres que he encontrado. Mi mensaje a las chicas de la oficina de la empresa de cocinas: «Ya he hablado con Rafael, pero me ha dicho que tiene a un chico de vacaciones. Os escribo a vosotras porque sois mujeres y tenéis más empatía. Necesito que monten la cocina el jueves sin falta, por favor. Si podéis hacer algo para ayudarme después de lo que me ha pasado, os lo agradecería mucho». Y siete emoticonos de manos rezando.
Mi película iba en este orden: limpieza, colchón y canapé, grifería, inodoro y lavadora, montaje de cocina, colocación de puertas, instalación de fibra y alarma, sofá, lámparas y tiras led, resto de muebles, ropa de cama, menaje y decoración. Hace meses que alquilo un espacio en una nave para guardar todo lo que compré antes del verano porque se suponía que me instalaba a mitad de julio. Tengo medio Zara Home cogiendo polvo en un almacén.
El martes fui a revisar por última vez la casa para asegurarme de que todo estaba en orden antes de empezar a amueblar y me di cuenta de que en el microcemento que hemos aplicado en el suelo había manchas extrañas. Como el color elegido es blanco roto y he pedido pocas vetas, era difícil pasarlas por alto. Miraras donde miraras, las veías. Incluso de espaldas a ellas, podrías percibir que estaban ahí, rompiendo el maravilloso efecto que tenía las superficie en conjunto. Respiré hondo y llamé a la persona que había contratado para llevarlo ese trabajo a cabo. Atento y amable como siempre, veinte minutos después estaba en mi casa.
También llamé a la hermana de un amigo, que se dedica a restauración de arte y entiende de reformas, y al marido de otra amiga, que es un ingeniero muy listo y simpático que mueve grandes obras. A estos pobres los llevo fritos desde que saltó la liebre de la estafa y me quedé colgada en un mundo totalmente desconocido para mí. Siempre les estaré agradecida.
Todos coincidieron en que las manchas parecían errores de ejecución, y no podíamos apuntar a nadie con el dedo porque, literalmente, lo habíamos perdido. Un día antes de empezar con el suelo, el chico contratado se cortó media falange en un accidente laboral y tuvo que delegar el trabajo a varias personas externas a su empresa. Él las coordinó, aunque no pudo ejecutar ni supervisar todo lo necesario. Yo sí estuve allí, y visto lo visto, tengo la teoría de que las manchas son el resultado que dejaron sus cojones al arrastrarlos.
Las soluciones propuestas fueron diversas. El chico del microcemento comentaba que podía repetirlo, pero tendría que marcar más la veta y no es lo que quiero. El ingeniero me animaba a soltarlo, poner muebles encima y olvidarme porque «siempre hay fallos». La chica no dudaba en volver a aplicarlo teniendo más cuidado para evitar los fallos. Yo colapsé unos segundos.
Vinieron a mí todas las voces que me han aconsejado que me olvide del microcemento y apueste por baldosas, cuando no quiero ver ni una sola junta en el suelo que piso y mi mayor ilusión es sentir la textura de la resina en mis pies descalzos. Sé que lo hacían por mi bien, para alejarme de los dolores de cabeza que me traía y sin darse cuenta de que también me alejaría de disfrutar el suelo que espero me sostenga muchos años.
Desde el principio el porcelánico hubiera sido la solución más rápida y económica a todos mis males, igual que lo podría haber sido el Lexatin diario para las crisis de ansiedad, pero no he querido elegir ninguno de los dos, aunque en ningún momento he estado exenta de dudas.
Por un lado, amor absoluto por el efecto del pavimento continuo, por otro, las ganas de acabar la lucha y, sobre todo, la vergüenza de actuar públicamente en dirección opuesta a una idea que he defendido en los últimos años:
«Si hay demasiada resistencia, no es para mí».
De nuevo, el dilema de siempre.
¿Seguir adelante o soltar?
Depende.
Ya lo decía el sabio Donés.
«Todo depende, de según cómo se mire todo depende».
Supongo que algunos buscamos el blanco o negro porque posicionarnos en un lado u otro nos da cierta seguridad, pero no contentos con los extremos, intentamos que dichas posiciones sean inamovibles. Esta rigidez mental ha hecho mucho daño en mi vida. Parece que desdecirnos es sinónimo de fracaso en nuestras convicciones, cuando en el fondo no creo que haya mayor acierto que cambiar de opinión para decidir a tiempo y a tu favor.
Al terminar la reunión de emergencia, dejé que el agua del Atlántico enfriara mis pies y el ardor de mi mente. Anduve un largo rato por la orilla, concentrándome en el sonido del mar y agradeciendo mi decisión de vivir cerca. Las situaciones complejas parecen más sencillas al mirar las olas. Me gusta creer que me dan consejos a través de su sonido y movimiento. Cuando rompen enfurecidas, conecto con la fuerza. Cuando se mecen tranquilas, me llaman a la calma.
Me senté a respirar en la arena, cerré los ojos y pedí a mi imaginación que me viera viviendo en la casa, como si ya estuviera allí. Que me ayudara a visualizar un día normal en mi vida del futuro, dentro del que será mi nido.
En cuestión de segundos pude sentir mi cuerpo envuelto por la luz dorada que entra a través de la terraza, escuché London Grammar sonando a través del altavoz que pondré en la mesita de mármol que va al lado del sofá y me vi vestida con una camisa de lino a rayas, descalza, despeinada, recién hidratada y paseando con mi vaso de café de Eguzkine en la mano.
En mi cara se dibujó una sonrisa de placer sereno y el cuerpo empezó a hablar en su particular idioma de sensaciones. Los hombros se relajaron, la garganta se abrió, la mandíbula soltó la tensión acumulada y el pecho se expandió. Respiré más hondo y entré más profundo.
Qué maravilla. Qué bonito. Qué paz. Qué luz. Qué blanco. Qué cielo. Qué mar. Qué olor. Qué texturas. Qué gusto. Qué orden. Qué nido. Qué gozada pisar este suelo.
Cuando dudes, vuelve al cuerpo.
¿Seguir adelante o soltar?
Depende.
Del contexto, de tus tiempos, tu fuerza, tus ganas, tus capacidades, tus recursos, tu energía, tu actitud, tu entorno, tus valores, tus creencias…
Y de tus circunstancias.
Mi alternativa a la pregunta sería la siguiente.
En este momento de tu V.I.D.A., y dadas tus circunstancias,
¿es coherente para ti seguir o prefieres soltar?
La primera parte puede parecer prescindible, sin embargo, me parece la más importante porque se centra en el presente, limita nuestra decisión a este periodo de tiempo, nos libera para cambiar de opinión en el futuro y aporta realismo porque tiene en cuenta las circunstancias.
«Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo» escribió José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote.
Yo en este momento de mi vida no quiero esconder las manchas debajo de los muebles y las alfombras, porque sabría que están ahí. Ya hice algo parecido con la culpa en el pasado, y que no la veas no significa que no la sientas. No es por los fallos o porque busque la perfección, ya sé que esta no existe. Lo que quiero es un compromiso con el valor de la entrega.
Esto no va de lo que se ve en la superficie, sino del cariño y la entrega que se ha puesto en el proceso. Esto es una declaración de intenciones. Tiene que ver con mi forma de construirme, nutrirme y cuidarme, y no voy a dejar que acabe de cualquier manera. No he luchado hasta aquí para dejar manchas de desidia.
Tampoco quiero más vetas. Si no hubiera forma posible de solucionarlo lo aceptaría, como el resto de cosas que no son o no pueden ser en la vida, sería de imbéciles no hacerlo, pero si para andar descalza sobre esa maravilla de textura tan solo necesito más paciencia y espera, me trabajaré lo que haga falta para conseguirla. La ilusión todavía es superior al desgaste que conlleva.
Así pues, yo y mis circunstancias, en esta ocasión decidimos seguir adelante y hasta el final. Hasta que me pasee descalza por mi precioso suelo blanco Tao.
Principio.
Ana.
¿Seguir o soltar?
Me ha encantado eso de pedirnos a nosotros mismos la respuesta a esa pregunta: seguir o soltar?, desde nuestro yo más profundo. Creo que necesito irme frente al mar y hacer lo mismo que hiciste tú... estoy entre seguir en mi casa, después de una ruptura bastante jodida, o saltar y empezar de cero. Mi yo racional no para de analizar y analizar, de hacer listas y más listas... ¿pero qué es lo que quiero? Ana no sabes lo que me está ayudando leerte ( por aquí y tb con el “A muerte con la vida”) en esta época de mi vida. Te sigo desde hace tiempo pero debo reconocer que es ahora cuando de verdad conecto con todo lo que nos das. GRACIAS♥️
Qué importante eso que dices de sy yo y mis circunstancias. Porque en cada momento estas de una manera diferente y puedes tener o no fuerzas para seguir luchando. No siempre tenemos que ser súper héroes.