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Hace cuatro años empezó el viaje más profundo que jamás haya hecho. Fue a través de la Programación Neurolingüística (PNL), a continuación de mi formación de Experto en Coaching, con insuficientes días de asimilación entre ellos. Me resulta poco fácil —mejor que difícil— entender mis tiempos y respetarlos. Aunque para ser justa conmigo misma, debería hablar en pasado. Estaba en un momento de incertidumbre profesional, sintiendo el cambio inminente y asustada como una rata. Con honestidad diré que además de aprender, lo que más anhelaba era vestirme con nuevos títulos para no quedarme desnuda al colgar la americana negra. Duré seis días de catorce. A mitad del curso mi cuerpo me mandó a casa. Terminé 2019 sin americana, sin título, sin previsión de trabajo y sin identidad.
Doce meses después, en mitad de una pandemia y viviendo al otro lado del mundo, cogí un avión, me arriesgué a que cerraran fronteras y no poder volver a la que era por entonces mi casa a favor de repetir la formación desde el principio y terminarla. Intensivo en Guadarrama. Círculo de piedra. ¿Quién quiere salir de voluntaria? Mi mano siempre levantada. ¿Qué te gustaría trabajar? Tengo una contradicción intenta, Gustavo. Quiero decidirme entre el blanco y negro y no puedo. Muy bien, vamos a ver cómo negocian esas partes y encuentras un gris que te guste. Su maestría en lenguaje ericksoniano, mi facilidad para el trance. Imaginación, visualización. Integración de partes. Símbolo asociado. Gris marengo que me aporta un punto de vista que no contemplaba y, por tanto, nueva posibilidad.
Parece magia, es solo técnica.
Bien aplicada.
Aprendo a anclarme la valentía al cuerpo. Concretamente, con una leve presión en la muñeca. A día de hoy sigo utilizándolo y nadie se entera. Redecoro mi pasado para sentirlo más amable. Cambio el terreno rocoso por el césped más verde lleno de margaritas, las nubes negras por el sol radiante. Le pongo una noria, olor a palomitas y lo lleno de animales. Anita La Fantástica lo prefiere así. Experimento lo que creía imposible. Guiada por Gus en un trance, veo mi propia película en una pantalla de cine, me siento en una butaca de terciopelo rojo a través de mi imaginación. Pulso el stop en el momento más duro. Subo a la sala de proyección para coger distancia de la emoción que me produce, baja la intensidad, le cambio el color, la velocidad y el sonido de las voces. Acaba haciéndome gracia. Algo ha cambiado dentro.
Parece magia, es solo técnica.
Bien aplicada.
Nos van a enseñar a gestionar mejor el dolor con la técnica de control de estados. Me río escéptica y veo la demo abrazando fuertemente mi parte más racional. La voluntaria no puede girar el cuello hacia la derecha. Gustavo habla con tal seguridad que cualquiera diría que va a funcionar. Cualquiera menos yo. A mitad del ejercicio gira el cuello con evidente movilidad, sonriendo mientras habla con Gus y sin darse cuenta porque tiene los ojos cerrados. El resto de la sala tenemos la boca abierta. Cuando los abre y se observa, no se lo cree. Algo en mi interior se alegra, me encanta que me desmonten para creer en aquello que niego porque no lo puedo ver. Esa madrugada me despierto con dolor de cabeza, dudo si probar la técnica en mí por miedo a que no funcione y se caiga la fe que estoy desarrollando a través de la evidencia. Me la juego. La intensidad del dolor pasa de nueve a cinco. Es soportable. El Ibuprofeno se ha ofendido. Que se lo gestione como pueda, eso es suyo, no mío.
Parece magia, es solo técnica.
Bien entendida, supongo.
Tengo un conflicto con una persona que no sé cómo resolver. Entro en posiciones perceptivas. Me guía mi compañera Ana y lo hace fenomenal. Observo la situación desde mi mapa, noto cómo me siento, aparece la rabia. La guía me saca de mi ombligo, me reencuadra como si estuviera en sus zapatos, cambio de posición física y me observo cómo si fuera él, desde su mapa. Llega nueva información que no habría podido ver antes. Interesante. Aparece algo de entendimiento y una pizca de compasión. Me doy una ducha emocional y entro en la posición de la relación. Más información, valiosa y diferente. El termómetro emocional se enfría para dar paso a una aceptación serena. Lo que no es, no puede ser. Vuelvo a cambiar de posición, ahora como la vecina cotilla que observa por la ventana a distancia. Fascinante esta última perspectiva. Ya sé lo que tengo que hacer cuando vuelva a la vida real, aunque luego no lo haga.
Parece magia, es solo técnica.
Bien aplicada.
Ejercicio final de Practitioner. Alta expectativa y expectación para el cambio de historia. Los quince días anteriores hemos trabajado de cara a esta práctica. Junto a mis dos compañeras transitamos mi línea del tiempo y buscamos nudos en el alma hasta llegar al punto anterior a mi nacimiento. Hasta entender mi historia con una mirada más amplia y mucho más sabia. Quiero atreverme a publicar mi primer libro. Ese es mi objetivo. Busco y me doy recursos, cojo de la mano a mi Anita de siete años, lucho contra la vergüenza que me da hacerlo, me pongo en cuclillas, la abrazo con mi imaginación. Suelto, sigo y confío. Recorremos el pasado juntas y cargadas de nuevos recursos. Presente y puente hacia el futuro. Hora y media en trance. Cuatro meses después pulso el botón de publicar en Amazon.
Parece magia, es solo una puta maravilla.
Diciembre 2021. Llevo un año haciendo prácticas de coaching y utilizando lo aprendido en Practitioner. Quiero más. Estoy viviendo en Lanzarote y en proceso de escritura de mi segundo libro. Empiezo el Máster Practitioner con Gustavo y Techu, por supuesto. No sé cómo, además de maestros y profesores, han acabado siendo amigos. Me siento algo culpable cuando me dedican tiempo porque están más solicitados que el mismísimo Papa. Son de esas relaciones que no buscas, y con el paso de los años miras atrás, das gracias y entiendes que, simplemente, tenía que ser así. Vuelvo al potente círculo de piedra en mitad del bosque de Guadarrama. Esta vez, en lugar de intensivo decido hacerlo por módulos espaciados en el tiempo. Soy ya consciente de la enorme diferencia entre aprender e integrar, y que en el desarrollo personal es tan o más importante digerir el proceso que el propio movimiento en sí.
Primer módulo. Se busca unir la técnica con el arte para lograr la maestría. Primera voluntaria, la menda. Estoy en cuenta atrás para la entrega de A Muerte con la V.I.D.A., mi segundo libro, y no veo la forma de terminarlo a tiempo sin ahogarme en el intento. Gustavo me guía en visualización hacia el futuro, hasta la presentación de mi libro y, desde allí, trazo un plan de acción a la inversa asociada con mi línea de V.I.D.A. hasta el momento presente. Veo con claridad el paso a paso, siento el proceso en el cuerpo. Tres semanas después entrego el libro a tiempo. Y contenta con el resultado.
No obstante, la barbaridad de este primer módulo fue alinear mis niveles lógicos con un acercamiento y alejamiento en línea de V.I.D.A. ¿A qué me quiero acercar? ¿De qué me quiero alejar? En identidad, valores, creencias, capacidades, comportamientos y entorno. No demasiado lejos, para no perder de vista lo que ya no quiero. No demasiado cerca, para no dejarme arrastrar y perderme en lo nuevo. Como dice Techu, encontrando la distancia justa entre mis planetas. Visualizando un símbolo para cada nivel e integrándolos al final, creando una única representación de mi yo centrado. Plasmándolo al día siguiente arrodillada en el suelo, guiada en meditación por la voz de los dos maestros, jugando con Plastidecor en una cartulina que me cuenta todo lo que necesito saber para vivir una V.I.D.A. más alineada con quien soy. Por ahora.
Parece magia, es solo arte y técnica.
Con maestría aplicada.
Segundo módulo. Muchas ganas. Pillo COVID.
Puedo perder el resto del curso, o hacerme un reencuadre y ganar un año más para reforzar el primer nivel. Opto por pensar a mi favor. Me esfuerzo por recordarme que aprender requiere integrar. Reconozco que me jode porque quiero aplicar algunos de los ejercicios en mis talleres, sin embargo ya no me frustro. Tengo la bandeja de correo llena de personas que quieren trabajar conmigo. El miedo a que se cansen pierde el pulso contra la certeza de saber que, aunque me gustaría, todavía no es el momento. Tanto ellas como yo tendremos que esperar. A quien no quiera o sepa esperar, no la quiero ni puedo acompañar.
2023. Vuelvo a intentarlo. Entro directa al segundo módulo. Vamos con sistémica, a limpiar el linaje familiar. Me da pereza y cierto rechazo. Tengo a mi abuela muy presente y no me apetece conectar con la idea de que ya no está. ¿Voluntaria? pregunta Gustavo. Levanto la mano sin pensarlo. Entro en mi árbol familiar, imagino a los que no conozco y de alguna manera me tocan el corazón, recuerdo a los que ya no están y reconozco el dolor que compartimos a través de la genética. ¿Qué recursos crees que necesita tu linaje, Ana? pregunta Gus. Amor y respeto, respondo. La voz se me quiebra. Sobre todo, respeto, enfatizo. Mis brazos descansan relajados mientras doy pequeños pasos a través de su guía. Mis manos se juntan por voluntad propia a la altura de mi viente como si entre ellas llevara una pequeña bolita. Presto atención y me doy cuenta de que en mi imaginación esa bolita está llena de respeto y amor. Se la entrego a cada generación, bisabuelos, abuelos y padres. Pienso que tengo delante a treinta compañeros, me da vergüenza y cierro los ojos con fuerza. Respiro, vuelvo a conectar y sigo andando por la línea familiar. Entiendo de dónde vengo y de dónde vienen los que me trajeron al mundo. Empatizo con todos. Me estremezco cuando imagino que mi abuela apoya su mano en mi hombro a través de Gustavo. Siento repentina paz. Siento que nuestra historia pesa un poco menos.
Parece magia, es solo arte y técnica.
Con maestría aplicada.
Nos hablan de la impronta. Nos cuentan cómo lo vivido en nuestro sistema familiar impacta de forma directa en nuestra identidad sin que nos demos cuenta. Manteniendo lealtades invisibles que nos atan y patrones que nos dañan. Trabajamos para liberarnos a través de liberar y dar recursos esenciales al sistema. El gran ejercicio del Máster se llama Reimpronta. Hay tensión y ganas a partes iguales en el ambiente cuando pronunciamos esta palabra. En este momento agradezco enormemente los cuatro años que llevo formándome en PNL. La evidencia sostenida en el tiempo ha logrado aflojar mi escepticismo lo suficiente como para abrirme a la técnica, al campo colectivo, y dejar que ambos me transformen. El mismo ejercicio dos años antes me hubiera resbalado.
Entro de cabeza y corazón en mi línea del tiempo. Me asocio de inmediato, el guía favorece mi estado de trance, la música me lleva. Es parecido al cambio de historia pero mucho más bestia. Con pasado, presente y futuro, con pre-identidad y post-identidad, incluyendo el momento de tu muerte y lo que crees que habrá después. Una auténtica fantasía de viaje que tocó cada rincón de mi cuerpo y que me regaló un recurso esencial al que llamo Amor Sólido formado por mis tres nuevos valores construir, cuidar y mantener. De esta forma orden, nido y descanso han bajado en la lista de prioridades. Mi inconsciente representó a través de la imaginación este Amor Sólido como un corazón blanco de formas curvas y estilo manriqueño. Muy bien, sí señor. Neutro y elegante. Al volver a Lanzarote reservé una clase de cerámica para repetir el ejercicio internamente. Mis manos trajeron el corazón al mundo material. La semilla está plantada. En los próximos años la veré crecer.
Y parecerá magia, pero será solo arte y técnica.
Con maestría aplicada.
Tercer módulo. Mayo 2023. Con el pasado y el linaje en su sitio, es momento de trabajar objetivos. Según mis profesores, no son más que la excusa para que las cosas pasen. Me gusta esta idea y también lo creo. Los objetivos son excusas para vivir a tu favor. Para moverte en la dirección necesaria, para que tu V.I.D.A. sea lo más bonita que puedas imaginar.
Yo tenía claro el objetivo, y también sabía que se podía desmontar en un periquete. Por lo que he visto en mis clientas y en mí misma, el primer objetivo que te viene a la mente no suele ser el objetivo que más te importa, sino el que te da menos miedo te da.
Escogí uno que se centraba en mi parte más íntima y personal y, cumpliendo mi pronóstico, cayó al terminar los dos primeros ejercicios. Esto es algo común en la buena formulación de objetivos. Muchas de las personas que trabajan conmigo en los talleres de Al Loro lo han experimentado y siempre me parece una gran noticia. Lo mejor que te puede pasar en un proceso es que se te caiga una meta que no sientes, que no toca o que no es tu prioridad por ahora. Suena ridículo, pero lograr que lo más importante acabe siendo lo más importante hoy en día es una proeza.
Identificamos miedos, pedimos consejos a maestros imaginarios. A un compañero Spiderman le convenció de que era fuerte, y que él podía. En mi caso un caballo blanco, un perro y una bandada de vencejos haciendo piruetas al atardecer me regalaron templanza, amor y disfrute para el camino.
Volví al círculo de piedra, esta vez con Marina. Entramos en el ejercicio más divertido del Máster, con diferencia. Nuestro amigo Robert Dilts –el padre de mi adorado iceberg— modeló a Walt Disney y su técnica de creatividad para combinar muchas de las técnicas aprendidas a lo largo de ambos cursos. Con la batuta de Mickey Mouse en Fantasía de fondo, levanté mi barbilla, abrí mi pecho y dejé volar mi imaginación en cada posición para encontrar la ilusión, el realismo y el asesoramiento que necesito para poner en marcha el plan de acción. Dentro de mí, como siempre, se encontraba la claridad que necesito.
Minutos antes de comenzar el ejercicio final me llegó un wasap que se llevó mi calma por delante. El único tema pendiente de resolver y que me lleva hasta ese estado. En cuestión de segundos la ira me inundó hasta cerrarme los puños. Como una niña desconcertada fui corriendo a la profe. Techu me animó a no huir del dolor y a darle espacio a la emoción. Pretendía ignorarla porque teníamos tiempo limitado para hacer el ejercicio, pero mi compañera África no me lo permitió. Se lo agradezco de corazón. Entramos en el silencioso bosque. Se respiraba calidez y paz. Los altos árboles me ayudarían a ocultar la vergüenza por lo que estaba punto de hacer. Afri cogió una rama grande que yacía en el suelo. No hacía falta hablar entre nosotras. La cogí con ambas manos y golpeé fuerte el tronco de un árbol. Me supo fatal, le pedí perdón y busqué otro lugar para descargar. No hay veneno más letal que la rabia que se queda dentro. Encontré una piedra que a veces es utilizada como altar y di rienda suelta a mi parte más humana y animal.
Duró poco, porque la rabia dura poco si es bien gestionada. Mi cuerpo me pidió tierra y me tumbé en el suelo con los brazos en cruz y las piernas abiertas. Afri guardó silencio y me ayudó con una relajación corporal. Abrí los ojos y volví a sentir el corazón sereno. El cielo lucía de mi saturado favorito. Me levanté con ligereza, nos sentamos en un banquito de piedra entre rayos de sol. Hablamos de todo y nada. Saber acompañar es tan importante como dejar que te acompañen.
Me giré y vi una bola de luz brillando en el suelo. Grité. Creí que era una alucinación derivada del pelotazo de rabia que acababa de liberar. Afri también lo vio y fuimos las dos corriendo a ver qué era aquello. Un diente de león enorme iluminado por un mini rayo de sol. Alrededor de él la sombra. La primera vez que veíamos uno. Las adultas que encarnamos se transformaron en niñas con de ojos brillantes. Vamos a hacer el ejercicio a nuestra manera dijo África. Y así lo hicimos. Creyendo a nuestro favor. Interpretando el diente de león como símbolo de nuestros recursos esenciales, transitando nuestro puente hacia el futuro con el sol en la cara, la extraña flor entre las manos y sintiendo la certeza de que estamos donde tenemos que estar.
Parece magia.
Porque es magia.
Última dinámica. Hace cuatro años hubiera sido impensable. Tantas personas desconocidas, tantas manos tocándome, tantos cuerpos abrazándome. Y yo ahí en medio, a un metro sobre el suelo, horizontal, serena, descansando en una fila de brazos cálidos cruzados, con las luces apagadas, dejándome acariciar por la voz de Gustavo y Techu, rendida, mecida por la humanidad al completo y por la V.I.D.A.
Conectada a la vez con mi infancia, en el balancín de mi abuela, entre sus brazos, metiendo la nariz en su cuello. Mi lugar seguro en medio de aquella guerra. Las lágrimas caían a borbotones a medida que mi corazón se abría.
La formación en PNL no es lo único que llegaba a su fin.
Mi guerra ha terminado.
Suelto, soy y confío.
Principio.
Suelto, soy y confío.
Te quiero mucho y fuerte. Aquel bosque por siempre jamas se quedará con la verdad que emerge de la técnica aplicada con maestría. 🤍 A nuestra manera siempre Ana y así nunca fallaremos.
Qué bonito Ana, gracias por desnudarte así. Me llevas a pensar en mi Reimpronta, solo hablé con mis abuelos, te leo y decido ampliar mi mapa familiar. Me lo aplico y subo por el árbol familiar a ver qué cojones pasa al linaje femenino materno que tanta angustia me ha causado.
Ostias.
El linaje femenino no necesita nada. Necesita que le dejen ser, punto.
Es el linaje masculino quien necesita humildad, visión, preguntar y escuchar.
Sin eso, el linaje femenino se jode, se traviste con falsa energía masculina de gritos, agresividad y puñetazos en la mesa cuando los hombres no están presentes. Adapta la esencia masculina con las herramientas y recursos que tienen a mano para doblegar: manipulación, triangulación, chismes, culpa y vergüenza. Rechaza su esencia femenina como única alternativa para ser vistas y oídas.
Sanando a los hombres del linaje se las sana a ellas porque pueden sencillamente ser. Boom.