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El pasado domingo una amiga que acaba de cumplir ochenta y cinco años me invitó a comer en el Club Náutico con tres amigas suyas de toda la V.I.D.A. a las que no conocía. Se habían conocido en Lanzarote durante su juventud, cuando todas eran madres sacrificadas —como Dios manda— por sus hijos.
Me hacía una ilusión tremenda ir a esa reunión por toda la sabiduría vital que habría allí. Mi rango de edad en las amistades siempre ha sido amplio, pero este año se ha expandido considerablemente y oscila entre los diez y noventa años. A consecuencia de esto, también mi rango de pensamiento y mi capacidad de ver diferentes perspectivas se ha dilatado.
Elegí uno de mis vestidos de gasa y me arrepentí de no haberme comprado unas sandalias monas este verano porque, aunque estemos en una isla donde no existe el frío, en las zapaterías han cambiado de temporada y, mientras seguimos en bikini, ya solo venden botas. Me tocó combinar la gasa con las Birkenstock blancas de goma. Ellas lucían atuendos sencillos con tanta elegancia que los elevaban sin pretenderlo a la alta costura. Mari Reme, Mari Paz, Águeda y Fesita. Cuando pidieron cerveza me sentí en entorno seguro.
Me llamó la atención su actitud y su forma de hablar. Inevitablemente las comparé con mi abuela y me di cuenta de que en ellas había algo muy diferente. No están identificadas con la etiqueta social correspondiente a la edad que tienen y no entran en el rol que la sociedad marca. Asumen que están viudas, que tienen dolores, que a veces se caen, que pronto tendrán que dejar de conducir y que deben cuidar el azúcar en sangre, pero saben que aún están vivas y esto marca la diferencia. En esa mesa había más ganas de vivir que en una fiesta universitaria.
Cuando Reme me presentó y les dijo que era escritora, empezaron a contar historias para que tomara nota y las incluyera en mis próximos libros. Me faltaban manos para apuntar en mi móvil.
— Yo me entretenía vistiendo a mis hijos como el Príncipe Felipe. No teníamos nada más que hacer. Bueno, no nos dejaban. — dijo Reme riendo con ironía.
— ¿Y quién te animó para que te sacaras el carnet de conducir? —pregunté para buscar algún resquicio de libertad en su historia.
— ¿Animarme? ¡Animarme dice! Eso también tuvimos que pelearlo. De hecho, intentaron quitarnos la idea de la cabeza. Recuerdo que cuando me lo saqué y quise coger por primera vez el coche, mi marido me dijo realmente asustado que si pensaba hacerlo mientras estaba la calle llena de gente.
— ¡A mí el mío me dijo que tuviera cuidado porque iba a matar a todos los peatones! — su unió Mari Paz muerta de risa.
En ese momento se acercó una mujer grande y sonriente a hablar con ellas. En el Casino todas se conocen. Se llamaba Maria Luisa y la invitaron a unirse a las cervezas. «No puedo, yo tengo marido.» Se fue, y seguimos con la charla mientras yo daba gracias a la V.I.D.A. por haber nacido en los 80.
— Los domingos por la tarde las mujeres debíamos ir al parque con los hijos mientras los hombres echaban la siesta y luego veían el fútbol. Así estuvimos mucho tiempo, hasta que un día me cansé y les dije a todos que nos llevaran a una casa que teníamos en Uga, y se dejaran de tanta tele. — añadió Águeda.
— ¡Ay, sí! Águeda siempre tuvo mucho carácter. Le hicieron caso, pero le cogieron manía en secreto por movilizarles. — dijo Reme.
— ¿A qué te refieres cuando dices carácter? — Me hice la tonta.
— Ya sé por dónde vas Ana… Carácter es que decía lo que pensaba y se quejaba cuando no estaba de acuerdo. En aquella época no podíamos hacerlo. Águeda tenía voz propia.
La conversación duró cuatro horas y se tradujo en varias páginas de notas y una sensación de privilegio que rara vez siento cuando solo contemplo el panorama actual. Mirar en retrospectiva siempre da amplitud para valorar y agradecer el presente.
Escuchar en directo la historia de estas cuatro mujeres tan fuertes, tan diferentes entre sí, y con experiencias tan similares, me hizo sentirme más libre y valorar todo lo que hemos logrado desde entonces, además de conectar con el sentido de la responsabilidad.
Responsabilidad de honrar lo que hemos normalizado y que ellas no pudieron disfrutar. De seguir mostrando nuestro carácter cuando queramos algo diferente a lo que se nos impone y de seguir abriendo camino. Responsabilidad de usar todos los recursos que ahora tenemos y que ellas no podían imaginar.
De elegir la libertad que no tuvieron.
De disfrutarla por nosotras y por ellas.De tener voz propia.
Principio.
Ana.
Tener voz propia
Qué maravilla, cómo disfrutan de la vida y cómo se sienten 😘